martes, 30 de abril de 2013

Roberto Gómez Bolaños nos cuenta de su astucia 2001


Despues de salto:

Chespirito, el creador de muchos de los personajes más queridos de la televisión, habla en esta nota sobre la cocina de un éxito que no reconoce fronteras.
“El Chavo del Ocho”, su personaje más conocido, vive en el corazón de los “niños de treinta” que lo veí­an en la década del ’70 y lo vuelven a mirar ahora cada vez que pueden. También vive en el alma y la imaginación de los niños de hoy que, todas las tardes, no se pierden las aventuras de la “vecindad” mexicana. Por eso es un clásico de la televisión. El programa se ve en nuestro paí­s desde 1977 -siempre con buenos niveles de teleaudiencia en horarios centrales- pero el fenómeno no se da sólo en estas tierras, ya que la serie sigue vigente en toda América Latina y España, donde se continúa transmitiendo con su audio original, y en decenas de paí­ses tan disí­miles como Brasil, Angola, Rusia o la India, doblado en sus respectivos idiomas.

Hogar, Dulce hogar

Cuesta imaginarse que este ser de inmensa ternura no habita en un barril, viendo la manera de conseguirse una “torta de jamón” en una infancia eterna al mejor estilo Peter Pan.
No, este señor de carne y huesos ya cumplió sus 72 añitos y vive en la colonia Del Valle, de la inmensa ciudad de México, junto a Florinda Meza que, al parecer, alimenta sus dí­as a puros besos y arrumacos.
El hogar es acogedor y pequeño, plegado de relojes de todo tipo, que cada media hora provocan una sinfoní­a casera que hace imposible olvidar que el tiempo, invariablemente, pasa. Roberto, entre viaje y viaje, pasa buena parte de sus dí­as allí­ (en el piso de arriba tiene una habitación especial), donde se recluye fundamentalmente a escribir, su oficio primordial.
Florinda saluda y se asoma una y otra vez por cuestiones domésticas, haciendo gestos con las manos para que no interrumpamos la charla. í‰l hace caso omiso al anuncio de los relojes y nos concede una entrevista generosa, que comienza con su recuerdo sobre nuestro paí­s, en las dos oportunidades que os visitó:
“Ahí­ yo lo he pasado sensacional, porque siempre me han recibido excepcionalmente bien, con un cariño, un gentí­o inmenso. He actuado en muchos lados: en Córdoba, en el Estadio Talleres, hace muchos años. Y en Buenos Aires, La Plata, Rosario, Mendoza, Santa Fe, Tucumán, Santiago del estero…” rememora el comediante. “En el año ’78, en Buenos Aires nos contrataron cinco dí­as para hacer el Luna Park, y todos nos decí­an: ‘Están locos éstos, si sólo lo llena Monzón’ y bueno, pues tuvimos que dar dos dí­as más, siete en total. Y la siguiente vez que fuimos, muchos años después, en el ’86 creo, nos contrataron por siete dí­as, tuvimos que dar nueve, y quedaba gente afuera. entonces, los recuerdos, en toda la Argentina, son preciosos”.
A lo largo de su historia los personajes de la ‘bonita vecindad’ han llenado decenas de estadios de Latinoamérica y Estados Unidos con sus espectáculos -no sólo pantallas de televisores- logrando que generaciones de niños de distintos paí­ses incorporaran a su vocabulario algunas de sus expresiones o frases más célebres. Sin embargo, cuando habla, da la impresión de que este hombre que le prestó durante treinta años el cuerpo al tierno niño de tirantes caí­dos, se siente más desconcertado que nadie ante su vigencia.
Cuando usted creó el programa ¿pensó en un producto de caracterí­sticas masivas, globales? ¿O lo hizo y después se sorprendió con tamaño éxito?
Creo que uno de los grandes problemas de todos los paí­ses son los nacionalismos. Son fatales. Y en este campo, en el humor, son más marcados: un humorista de un paí­s hace chistes que si viene alguien de afuera no los entiende. Por otro lado, he pretendido que el español que yo uso sea el más universal. Pero nunca imaginé que tendrí­a esa trascendencia, que podrí­a gustar en muchos lados. Sí­ es cierto que, cuando vi que gustaba, comencé a cuidar más algunas palabras que se podí­an no entender afuera o busqué una manera de explicar qué significaban.

Frí­amente calculado

El ‘Chapulí­n Colorado’ no surgió por azar: “Ese personaje lo habí­a planeado cuando pensaba ser solamente escritor, porque soy más que nada eso, empecé a actuar después. Lo habí­a escrito y ofrecido a un buen número de actores y nadie lo quiso. Por eso terminé encarnándolo yo”.
El Chapulí­n nació en la década del ’60 como una parodia latinoamericana a los superhéroes estilo Superman o Batman. Su traje y sus armas son una clara muestra de su espí­ritu subdesarrollado: un uniforme rojo que culmina en unas antenitas de vinilo, un chipote chillón y la ‘chicharra paralizadora’, que es similar a la que hacen sonar los vendedores de pan en México, con la particularidad de que al hacerla sonar se paralizan las personas y los objetos.
¿Por qué se cataloga al Chapulí­n como un antihéroe?
Antihéroes son Batman, Superman, porque ¿cuál es el chiste, la gracia, de enfrentarse siendo todopoderosos? Si Superman puede desviar un planeta, puede hacer lo que sea. No tiene que ser héroe.
El heroí­smo, a mi modo de ver, no consiste en carecer de miedo sino en superarlo. Y el Chapulí­n Colorado se morí­a de miedo, y lo demostraba, con lo cual se identificaba mucha gente del público: todos tenemos miedo en muchas circunstancias. Y el heroí­smo consiste en superar ese miedo. El que tiene miedo y lo supera es un héroe. Además fue un héroe que se hizo muy conocido.
Este fue el personaje que me abrió las puertas y también -dicho por la empresa Televisa- le abrió las puertas a la televisión mexicana, porque después de eso en algunos paí­ses comenzaron a decir: ‘A ver oye, ¿qué otras cosas tienen por ahí­? Y llegaron a las telenovelas y demás. Fue el Chapulí­n el que consiguió esto.
¿Cómo se le ocurrió después el tema de recurrir a la infancia?
Eso fue un poco casual. Yo tení­a mi programa, ‘El Chapulí­n Colorado’, y otros sketchs que después repetí­, como ‘Los chaparritos’. Dentro de estos sketchs, habí­a uno que trataba sobre unos niños -en un parque público- que luego serí­a El Chavo, pero ahí­ no me imaginaba todaví­a, y lo usaba para reemplazar espacios libres, cuando me sobraba material. Pero pronto comencé a recibir comentarios muy buenos: ‘Oye, eso de los niños pobrecitos está muy simpático’. Entonces hice otro y recién al cuarto programa decidí­ continuar y ahí­ le puse el nombre de “Chavo”. Nomás tení­a al Chavo y a Don Ramón. Y fui añadiendo uno a uno los personajes constituyendo un mundo pequeño, un mundo concentrado. En lo que para nosotros es una vecindad y en Argentina es conventillo ¿no? Pero que existen en todos lados, en América, en Italia, en España. Así­ fue que salió sin querer queriendo.
A usted cuando era niño ¿quién lo hací­a reí­r?
Iba mucho al cine, no habí­a televisión todaví­a, y veí­amos Cantinflas, y también Sandrini. Pero los que tengo realmente metidos en el corazón son ‘El Gordo y el Flaco’. los sigo viendo, apenas salen y oigo la musiquita ‘ta tán ta tán’ siento una emoción enorme. Los adoro.
¿Hay alguna razón por la que todos los personajes comienzan con “Ch” o es casualidad?
- Fue primero casualidad y luego lo hice a propósito. La primera casualidad no fue para un personaje sino para mí­, como genérico: a un director de cine, el primero que dirigió una pelí­cula que yo escribí­, le gustó mucho cómo escribí­a y me dijo ‘eres un pequeño Shakespeare’. Y como yo era chaparro era el ‘Shakespirito’, que terminó castellanizándose para quedar “Chespirito”. Luego el “Doctor Chapatí­n” surgió por la expresión mexicana ‘chaparro’, de baja estatura, que a veces se utiliza directamente así­: ‘Oye, eres un chapatí­n’. Con el “Chapulí­n” yo querí­a que tuviera un sello, buscaba algo latinoamericano, pero encontré un término que es mexicano, la palabra es del náhuatl, el idioma de los aztecas y es una langosta o un grillo. El “Chaparrón Bonaparte” también es una coincidencia que vení­a de antes. Con el “Chavo”, sucedió que en ese tiempo, de España llegaban unos cantantes, ‘Los Chavales’, de allí­ lo tomé.
¿No es usaba la palabra “chavo” como en la actualidad, para decir “muchacho”?
No, en México no. Fue a partir del programa. Entonces cuando me di cuenta, dije voy a seguir: puse la “Chilindrina”, luego la “Chimoltrufia”, el “Chómpiras”. Y también objetos: el “chipote chillón”, las pastillas de “chiquitolina”, el “chanfle” como expresión. Así­ fue que comenzó primero como casualidad y luego seguí­ a propósito.
Se califica a sus programas como ‘humor blanco’, lo que da una sensación imprecisa o, mejor dicho, de pureza, ¿usted qué piensa?
Si, es una apreciación un poco vaga y además creo que no se ajusta a lo que yo hago. Yo cuidé no ofender nunca, pero no sólo a los niños, a todo el mundo. Pero no evité diálogos o situaciones pí­caras.
¿Ese tipo de cuestiones usted las ha observado de sus hijos, de otros niños, de su propia infancia, o son puras ocurrencias suyas?
Yo observo a la gente de una manera un poco diferente: no recuerdo los rasgos pero sí­ -y me fijo muy bien- reacciones, intenciones, gestos, y eso lo observé siempre. Una hija mí­a, cuando era chiquitilla, tendrí­a unos tres o cuatro años, me brincoteaba como el Chavo: ‘Oye papi, y luego’ Y se lo copié directamente a ella. Porque los niños hablan así­. Al Chavo he tenido que forzarlo a hacer un poquito lentas las cosas, por la personalidad de él, pero los niños hacen todo apresurado, si les dicen ‘vamos a tal lado’, van corriendo. Y a la hora de contar, no definen con diálogo lo que quieren decir porque les gana la emoción, va más aprisa el pensamiento y la ansiedad que las palabras. Entonces muchas cosas las copiaba yo de ellos. Habí­a un niño una vez en una fiesta, ¡ay, hijo mí­o!, que me daban ganas de ahorcarlo, ya no lo soportaba. Porque ese niño, a su mamá la volví­a loca: ‘Mamá dame esto, sí­, anda’. Lo vi yo y se lo puse a Quico, porque es el niño que uno quisiera ahorcar en la vida real. Y al mismo tiempo me surgió el papel de Florinda como la mamá, porque un niño de esos requiere de una mamá que lo consienta al extremo total.
Hay algunos pasajes de sus programas, o incluso en la elección de los ejes centrales, donde a grandes rasgos está siempre presente el tema de las desigualdades, la riqueza y la pobreza.
En mi paí­s las desigualdades son enormes. Aunque no era la intención del programa, cuando se me presentaba hací­a crí­ticas, pero siempre genéricas, nunca personales.
¿Qué cosas de la realidad le dan “chiripiorcas”?
Que la honestidad es algo que parece relativo a la antigí¼edad, casi no existe ya, hay corrupción por todos lados.
Fuente: Revista “Aquí­ Vivimos”. Rosario, Santa Fe, Argentina

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